Llega septiembre y comenzamos un nuevo curso, un universo de posibilidades parece que se abre nuevamente ante nosotros/as tras el descanso veraniego.
Recordemos el personaje de Bilbo Bolsón en la novela de El Hobbit de J.R.R. Tolkien en su idílica y rutinaria vida en Bolsón Cerrado, en La Comarca, situada en el noroeste de la Tierra Media. El personaje por antonomasia dedicado a sus labores cotidianas, a la vida contemplativa, retirado de los conflictos y del devenir del mundo. Pero al igual que las vacaciones llegan a su fin, hasta el ser más tranquilo, contemplativo y rutinario de la Tierra Media, es picado por la “curiosidad”, siente la necesidad de la aventura, la necesidad de ponerse a prueba, de superarse, de ampliar los límites autoimpuestos.
El gusanillo de la curiosidad corre por nuestro genoma antes o después. Y nos lleva a embarcarnos en nuevas aventuras. Cada vez que finalizamos una, la dopamina se encarga de esa descarga de placer que nos causa y nos impulsa a seguir buscando más.
La Wikipedia nos dice que se trata de un comportamiento instintivo que impulsa a los individuos, humanos y no humanos, a buscar la información y la interacción con su ambiente natural y con otros seres a su alrededor mejorando sus posibilidades de supervivencia. También se asocia con la motivación. Se cita la curiosidad como un deseo motivado de información.
Por supuesto no todo es una cuestión de genes, el contexto en el que nos desarrollamos también influye para evolucionar este comportamiento innato hacia una competencia.
Veamos algunos ejemplos de la importancia de esta competencia en la actualidad:
El Foro Económico Mundial ha incluido la curiosidad en la lista de cualidades que deben tener los estudiantes del siglo XXI.
La Fundación Adecco en su Guía década 2020: “20 competencias contra la exclusión laboral”, recoge la curiosidad como uno de los atributos más demandados por las empresas.
El Informe Curiosity @ Work del SAS Institute, de 2021, donde se analizan las aportaciones de casi 2.000 gerentes a nivel mundial describe cómo los encuestados coincidieron en el valor de la curiosidad en las organizaciones, ya que favorece: una mayor eficiencia y productividad (62%), el pensamiento y soluciones más creativas (62%), mayor colaboración y trabajo en equipo (58%) y mayor compromiso y satisfacción laboral de los empleados (58%).
Esto nos lleva en los modelos de gestión de las organizaciones no solo a rodearnos de personas curiosas, con iniciativa para explorar, detectar experiencias y oportunidades, plantearse nuevas soluciones, etc. sino a generar modelos de gestión que favorezcan la curiosidad de los equipos. Modelos permeables al cambio, al cuestionamiento y a la mejora. Modelos que no confundan la existencia de normas, procedimientos o protocolos con corsés que constriñen el crecimiento o el cambio hacia nuevas formas de hacer las cosas o nuevos objetivos que den mejor respuesta al propósito de nuestra organización.
Los líderes de las organizaciones deben alimentar la curiosidad de sus equipos por explorar su entorno, por detectar cambios y aprender. Al fin y al cabo la curiosidad trata de otra cosa que de “supervivencia”, removamos pues los procedimientos, cuestiones su existencia o necesidad, cambiemos y actualicemos los procesos.