Según los expertos en tendencias sociales, parece ser que la mayoría de las personas vivirán solas en algún momento de la vida.

El matrimonio o la vida en pareja se va retrasando, las tasas de divorcio aumentan, la esperanza de vida se ensancha, la prosperidad generalizada y el estado de bienestar fomentan estos periodos de soledad en algunas fases de la existencia. A veces ocurren imprevistos, como la aparición del COVID-19, que a la mayoría ha obligado a recluirse en algún tipo de soledad jamás pensada.

En un corto periodo de tiempo, la soledad puede aparecer en su crudeza o en su profundidad en sus diferentes versiones. Para el periodista Fernando Ónega la soledad es encontrarte encerrado en ti mismo, sin posibilidad de abrir una ventana a otras personas. Y K. JUNG, mucho tiempo atrás, hablaba de ese espacio de soledad triste que no consiste en no tener personas alrededor, sino en no poder comunicar las cosas que a uno le parecen importantes o de callar ciertos puntos de vista que otros no encuentran admisibles.

Se da entre nosotros algo cada vez más comentado y común entre personas de todas las generaciones, no sólo de ancianos, también de personas cada vez más jóvenes: aunque estemos rodeados de gente y de formas variadas de acceso a todo tipo de canales de comunicación, existe un alto grado de aislamiento. Y no hay peor sensación de soledad que aquella que se experimenta al estar en pareja o viviendo y rodeado de gente. Tanto es así, que se ha desarrollado un miedo patológico a la soledad y al silencio que podía coincidir, simultáneamente, con un miedo a la vida. Es ese vivir exaltado y rodeado de constantes ruidos; es llegar a casa y encender rápidamente la música o la televisión o estar permanentemente hechizados por la pantalla del móvil por si alguien nos ha dejado algún mensaje de última hora. Nos acostumbramos con tanta facilidad a esa rutina compulsiva que cualquier hueco de soledad o tiempo de silencio nos parece extraño, como un derroche de vida.

No obstante, todo el mundo necesita un tiempo de buena soledad. Es ese espacio para el reposo sanador como condición de posibilidad de la creatividad y de los procesos de renovación e innovación. El que fue un gran psicólogo de la felicidad, de apellido impronunciable, Míhaly Csikszentmihalyi en su estudio (1994) ya comprobó que los adolescentes que no soportan la soledad son incapaces de desarrollar el talento creativo. El teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, en otra dirección, recordaba que, quien no supiera vivir en soledad y consigo mismo, que se guardara de vivir en comunidad. Cuentan que Darwin daba grandes caminatas por el bosque en solitario y rechazaba sistemáticamente invitaciones a fiestas, que Steve Wozniak inventó la primera Apple encerrado en su cubículo de Hewlett Packard o que Susan Caín (una de las inspiradoras de Bill Gates), reforzando el poder de la introspección y la importancia de dejar de hablar de vez en cuando y escucharnos, defiende la riqueza creativa que emerge de los espacios de soledad: “Detengan la locura del trabajo constante y en equipo. Vayan al desierto para tener sus propias revelaciones”, comenta en una de sus charlas.

Cierto es que, cuanto menos solo está uno, más cuesta estarlo. Así que quizá sea el momento de ir recuperando y ganando espacios más equilibrados o de rescatar las palabras del filósofo Byung-Chul Han, autor de La sociedad del cansancio, que clamaba por la necesidad de que despierte nuestra capacidad contemplativa para compensar nuestra hiperactividad destructora. Quizá al tolerar el aburrimiento y el vacío que nos producen algunos estados en los que vivimos seamos capaces de desarrollar algo nuevo y de desintoxicarnos de un mundo lleno de estímulos y de sobrecarga informativa.

Parece aconsejable que, en todos los ámbitos de la vida, no demos nada por supuesto y revisemos las propias creencias. Los seres humanos nos hacemos y conformamos en la relación con los otros, pero también en la relación con nosotros mismos. De entrada, “usted es su mejor compañía”. Conocer las propias contradicciones, el encuentro con uno mismo, puede ser una experiencia gozosa que nos invite a saborear del silencio y a dominar nuestro propio tiempo. A veces ocurren descubrimientos interesantes. Algo así le pasó a K. JUNG: “la soledad es peligrosa, es adictiva. Una vez te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”.

FRUCTUOSO DE CASTRO DE LA IGLESIA

PRESIDENTE FUNDACIÓN GRUPO DEVELOP