Hay una frase atribuida a Miguel de Cervantes Saavedra que lleva caminando a mi lado más de una década: «Fe es la virtud que nos hace sentir el calor del hogar mientras cortamos la leña».
Qué complicado es tener fe en medio de esta situación de pandemia global. Aguantamos en nuestras casas, siendo héroes con el sencillo gesto de limitar al máximo posible nuestras salidas al exterior, otros arriesgándose a trabajar para que el resto de la población pueda sobrevivir. Tenemos claro que es algo temporal. Nunca hemos estado tan pendientes de China, ni nos hemos sentido tan identificados con ellos. Recibimos sus noticias de reapertura de colegios y vuelta progresiva a la vida normal con consuelo y esperanza, guiados por la firme convicción de que su presente es nuestro futuro. Sabemos que estaremos a salvo y protegidos cuando encendamos la hoguera pero ahora cortando la leña es muy difícil sentir su calor.
Sentir no es saber, esa es la parte complicada. No solemos prestar mucha atención a nuestras emociones. Nos convencemos de que nuestras decisiones son la conclusión de una secuencia lógica de pensamientos y abandonamos la esfera emocional a su suerte. Pero las emociones reinan en nosotros, toman el control, dirigen nuestro pensamiento. Creo que todos de alguna manera o de otra, con este virus, hemos sentido miedo, incertidumbre, sorpresa, tristeza, dolor e incluso rabia. Eso está bien, nos hace humanos. Reconozcamos que tenemos miedo, demos la cara al dolor, no escondamos en estos días nuestra tristeza. Pero no nos quedemos ahí. Demos su crédito al pensamiento racional y sigamos las teorías de lo que va a pasar, pero no nos quedemos ahí.
Quizá la forma sana de navegar esta cuarentena sea esa. No solo saber que volveremos a encontrarnos. No solo ser conscientes de que en algún momento todo esto pasará. No solo analizar las noticias en busca del día en el que llegue el famoso pico de la curva y los contagios empiecen a bajar. No solo pensar en que llegará el minuto en el que podremos abrazarnos. Sentirlo.
Fe es sentir el calor de los abrazos mientras estamos confinados.
En este mundo sobrecargado de información que no hemos aprendido a filtrar a tiempo, paremos un momento y permitámonos sentir la seguridad de la buena salud, la alegría de poder tocarnos, la emoción de compartir el mismo espacio, la presencia a menos de un metro y medio de la gente que más queremos, la complicidad de miradas en un lugar abarrotado, las sonrisas furtivas en medio del caos, las voces cantando al mismo tiempo la misma canción absurda en el mismo espacio, el sonido de nuestras risas mezcladas con las de las personas que extrañamos, el calor de sus abrazos.
Aunque parezca imposible en estos días raros, no nos quedemos en la incertidumbre, el dolor o el pánico. Avancemos un paso más allá del pensamiento. Sintamos. Creamos. Tengamos fe.
Ya casi llegamos.
REBECA LE MORE RODRÍGUEZ